VERSIÓN EN CASTELLANO:
CAPÍTULO 8
MOTIVACIONES
“La motivación es una fuerza
directriz que da nacimiento
a acontecimientos y experiencias
en la vida”
Todo lo que hacemos en nuestra vida diaria está guiado por nuestras motivaciones. Como seres humanos, necesitamos una fuerza directriz que nos empuje para llegar lejos, lograr cosas y adquirir todas las maravillosas experiencias que la vida nos ofrece. Establecemos nuestras metas y objetivos cada día, y hacemos todo lo posible para lograr estas expectativas, pero la fuerza directriz interna que nos lleva a actuar, en última instancia, es “la motivación”. Mientras que la motivación es muy saludable, puede ser también fuente de importantes conflictos internos y externos, si no se entienden y no se utilizan de manera apropiada. Hay dos tipos principales de motivación, llamados, “motivación negativa” y “motivación positiva”. Algunos ejemplos de nuestras motivaciones incluyen: competencia, éxito, fracaso, avaricia, envidia, odio, venganza, miedo, orgullo, opresión, sumisión, ambición, amor, generosidad, obediencia, rebeldía, humildad, amistad, poder, influencia, protección y respeto. Las motivaciones surgen de instintos básicos, tales como ira o sexo, y desde emociones simples o complejas, algunas de las cuales ya han sido mencionadas. Por supuesto, no sería posible que examináramos cada tipo de motivación en este libro. Sin embargo, es útil mirar algunos ejemplos de “motivaciones positivas y negativas”, para desarrollar un proceso por medio del cual podamos identificar, comprender y aplicar nuestras fuerzas directrices internas.
EL COLISEO
“La competencia puede ser una motivación positiva o negativa
dependiendo de cómo se la aborde”
Es el año 106 d.C. Una gran muchedumbre se ha reunido en el Coliseo de Roma, para ver una contienda entre dos gladiadores, Héctor y Lance. Preside el Emperador Tyrus, acompañado de su hermosa esposa, la Emperatriz Liana. El ganador de la contienda es el gladiador que sobreviva.
Héctor es hijo de un campesino y creció en los campos que rodean Roma. Perdió a su padre cuando sólo tenía diez años y fue criado por su madre, Ángela, quien le enseñó a cultivar la tierra, a cosechar y vender las cosechas en el mercado. Héctor era un niño muy responsable y asumió el papel de padre de familia a pesar de su corta edad. Un día, a los 16 años, estaba sentado en el patio de su casa, con su madre, cuando Syphus, el prestamista del lugar, vino a hacerles una visita. Syphus era un hombre muy avaro. Prestaba dinero y enseres usando las tierras de los campesinos como garantía. Cobraba a esta pobre gente intereses exorbitantes en todos sus préstamos. Si alguien le quedaba debiendo algo, nunca eran capaces de liberarse de sus garras y tentáculos. Desde la muerte del padre de Héctor, Syphus estaba interesado en Ángela. Héctor era demasiado joven para entender todo eso. La pobre Ángela, quien estaba desconsolada por la pérdida de su marido, sufría abusos y era atormentada por Syphus, quien deseaba que ella se convirtiera en su amante. En esta ocasión, como lo había hecho durante mucho tiempo, Ángela se resistió con todas sus fuerzas y paciencia. Héctor y su familia tenían una deuda con Syphus, como resultado de un préstamo que le habían pedido durante una sequía que vino inmediatamente después de la muerte del padre de Héctor. La familia había trabajado duro para pagar a Syphus, pero nunca tenían suficiente para pagar completamente el dinero que le habían pedido prestado.
Unas pocas semanas más tarde, una vez más, Syphus vino a casa de Ángela para cobrar su deuda. Héctor se había atrasado en los pagos ya que su cosecha había fallado ese año. Syphus estaba borracho y se comportaba groseramente. Exigió el pago inmediato, amenazando con tomar posesión de las tierras y echar a la familia de allí. La angustiada Ángela le rogó a este hombre despiadado que les diera más tiempo, pero él no quiso ni escucharla. Héctor trató de intervenir, pero Syphus inmediatamente ahogó sus protestas gritando y vociferando. Después de este ataque, que duró más de tres horas, Syphus estuvo de acuerdo en dejarlos solos, con la estricta condición de que Ángela fuera a su mansión a pasar algunos días con él. La pobre mujer no tuvo otra opción que sucumbir. Héctor lloraba desconsoladamente ya que no podía hacer nada para ayudarla. Después de todo, él sólo sabía cultivar y vender las cosechas en el mercado. No había tenido una figura masculina en su vida que le guiara para resolver problemas importantes y le enseñara a luchar, como el resto de sus amigos. Ángela se fue con Syphus para nunca regresar. Héctor trató desesperadamente de encontrar a su madre, pero sin éxito. Ni siquiera se le permitió pasar los portones de la mansión de Syphus, donde fue a buscar a su querida madre. Héctor estaba ahora solo para cuidar su granja y su casa familiar.
Siete años más tarde, un día, mientras estaba sentado en una roca, a la entrada de su granja, vio acercársele un caballo blanco. El jinete llevaba una armadura y sostenía en la mano una larga y brillante espada. Héctor no había visto a ese hombre antes. Obviamente era un guerrero, pero no era romano. Tenía la tez oscura y los ojos castaños. Héctor se acercó al jinete, le saludó y le ofreció un trago de agua. El jinete aceptó y se sentó con él. Se presentó como Abbas, caballero del Reino de Abisinia. Hablaba suave y gentilmente, lo que estaba en contraste con su apariencia fuerte, dura y poderosa.
Abbas le explicó a Héctor que estaba en camino, con un grupo de soldados, para llevar un mensaje del Rey de Abisinia al Emperador Marcus, de Roma. En su camino, algunos soldados romanos atacaron su séquito y le impidieron continuar su viaje hacia el palacio imperial. Abbas luchó y mató a todos los soldados romanos. Sin embargo, desgraciadamente perdió a todos sus hombres en la batalla. Abbas contó toda su historia a Héctor, quien le escuchó atentamente.
Héctor le contó entonces su triste historia a Abbas, quien se sintió sobrecogido de pena por este desafortunado chico. Héctor invitó a Abbas a pasar algunos días con él, antes de proseguir su viaje. Abbas estuvo de acuerdo. Aún tenía que entregar el mensaje al emperador, pero ahora estaba solo y necesitaba ayuda para poder evitar a los soldados y llegar hasta el palacio. La relación entre Roma y Abisinia no era cordial. Abbas estaba decidido a cumplir su misión ya que el rey lo había elegido como su emisario de más confianza para entregar este mensaje tan importante al emperador, sin importar los obstáculos que tuviera que afrentar. Agradeció la bondad de Héctor y la oportunidad de descansar y planificar el resto de su viaje.
Durante las próximas semanas, Héctor y Abbas llegaron a ser muy buenos amigos. Héctor consideraba a Abbas como un mentor, que le enseñaba a luchar con inteligencia y estrategia. También le enseñaba la filosofía abisinia acerca de
los enemigos, la guerra y la autoprotección. Héctor tenía un talento natural para combatir, sin que él mismo lo supiera. En un corto tiempo, Héctor llegó a ser un luchador, planificador y estratega de primera clase. Abbas se dio mucho trabajo para entrenar bien a Héctor. Durante este periodo Abbas hizo dos intentos fallidos para entregar el mensaje al emperador.
Una mañana, Abbas y Héctor se pusieron en camino, una vez más, hacia el palacio imperial. Se disfrazaron de monjes y cruzaron los portones del palacio en una carreta tirada por bueyes. Gracias a ingeniosos y meticulosos planes pudieron llegar hasta el patio del emperador. Tomaron una ruta que los llevó a través de las recámaras de las doncellas, quienes servían de concubinas del emperador. La emperatriz mantenía un estricto control sobre las doncellas, quienes habían sido instruidas para obedecer sus reglas en la presencia del emperador. Con sus caras casi totalmente cubiertas, Abbas y Héctor entraron en las recámaras de las doncellas. Su plan era entrar al patio una vez que el emperador llegara e iniciara la sesión con su corte. Al entrar en las recámaras, vieron a la emperatriz caminar hacia ellos, junto con la Princesa Real, Claudia. Abbas y Héctor guardaron la calma mientras las damas reales se le acercaban, la emperatriz le preguntó a Abbas: “Padre, ¿qué lo trae a nuestras recámaras?”
Abbas, que no estaba preparado para este encuentro, pensó rápidamente, y contestó con calma: “Su Majestad, se nos llamó para ayudar a una de las doncellas que está enferma y necesita curación. Estamos aquí para rezar por ella”.
Éste era su día de suerte, ya que, en verdad, había una doncella enferma en las recámaras, y la emperatriz creyó que los monjes habían venido a rezar por ella. La princesa había mantenido la mirada en Héctor durante toda esta conversación. Cuando sus ojos se encontraron, habían quedado cautivados. ¡Claudia sintió su corazón latir fuertemente, y lo mismo le sucedió a Héctor! Él nunca antes se había sentido de esta manera. La manera en que la princesa lo había mirado había removido algo en medio de su pecho, y le había hecho que se le formara un nudo en la garganta. Estaba mudo. Él también había tocado el corazón de ella de la misma manera.
La emperatriz llevó a los dos monjes hacia la habitación privada en la que yacía la doncella enferma. La princesa le preguntó a su madre: “¿Puedo ir a rezar por la doncella con estos religiosos?”.
La emperatriz se sorprendió ante esta petición, ya que jamás había sabido que la princesa tuviera interés en ninguna de las doncellas. Ella vaciló por un momento y dijo: “Por supuesto, querida Claudia.”
La princesa caminó con Abbas y Héctor hacia la habitación privada de la doncella enferma. La emperatriz continuó hacia su recámara. Una vez en la habitación Abbas pretendió rezar, mientras la princesa continuaba mirando a Héctor con amor y ternura en sus ojos. Se le acercó y le bajó la toga que le cubría la cara. Quería ver a este apuesto joven, el hijo de un campesino. Fue amor a primera vista. De alguna manera, la Princesa Claudia, sabía que Héctor no era un monje. También se dio cuenta de que Abbas, que había mostrado accidentalmente su piel oscura, no era tampoco un monje. En vez de delatarlos, le preguntó a Héctor cuál era la razón de su visita al palacio. Incapaz de mentir a esta hermosa mujer, que había capturado su corazón, le reveló que era un campesino de las montañas del norte, que había venido a ayudar a su amigo a entregar un mensaje del rey de Abisinia, para su padre. Ella le ofreció su ayuda, pero siendo Claudia una chica curiosa, le preguntó a Abbas: “¿Cuál es el mensaje que tienes que entregarle a mi padre?”
Abbas le contestó: “Mi dama, yo no tengo conocimiento de lo que contiene esta pequeña bolsa. Este es un mensaje sumamente secreto de mi rey, y ésta es la razón por la que me escogió para entregárselo personalmente a tu padre. Y al hacerlo, es posible que nunca logre salir de este palacio.”
La Princesa, que tenía un corazón compasivo, le dijo a Abbas: “Yo te voy a ayudar, te prometo que vas a dejar este palacio con vida.”
Oyeron el sonido de las trompetas que anunciaban la llegada del emperador a la corte. La princesa sugirió que Héctor permaneciera en la habitación de la doncella y que Abbas se cubriera la cara y caminara con ella, como si la estuviera acompañando.
El plan resultó bien, y Abbas entró con la princesa a la corte. Ella caminó hacia su padre y se sentó a su lado, sitio que estaba generalmente reservado para su madre. Abbas permaneció de pie ante el emperador y le hizo una reverencia. Hubo un repentino silencio en la corte. ¿Qué estaba haciendo este moreno abisinio delante del gran emperador? El Emperador Marcus, que estaba muy sorprendido por esta repentina e inesperada presencia, exclamó: “¿Con qué autoridad te presentas ante mí? ¡Guardias, arréstenlo!”
Abbas habló rápidamente: “Majestad, os traigo un urgente y secreto mensaje de mi rey.”
Antes de que los soldados pudieran cogerle, rápidamente, le entregó al emperador la bolsa de piel de león que contenía el mensaje. El emperador lo aceptó, se sentó de vuelta en su trono y abrió la bolsita. Para entonces, los soldados habían cogido y arrastrado a Abbas fuera de la corte. La princesa contemplaba esto con impotencia. Su padre era un hombre muy duro, y a las personas de piel oscura no les estaba permitido acercársele. El emperador leyó el mensaje rápidamente. Su cara se puso sombría. El rey de Abisinia le había mandado la nota para prevenir al gran emperador de que su general de más confianza, Tyrus, estaba planificando destronarlo y tomar el poder.
Tyrus había dirigido muchos ataques contra los abisinios, y todo el mundo le temía por su crueldad y falta de misericordia. ¡Lo último que alguien hubiese querido era que Tyrus llegara a ser emperador de Roma! El rey de Abisinia se había enterado de la conspiración para destronar al emperador y sentía que, al enviar el mensaje de advertencia, podría mejorar las relaciones con Roma y preservar la paz en la región.
La última frase en el mensaje decía: “os envío este mensaje en las manos de mi caballero de más confianza, Abbas, y os ruego que lo mantengáis en total secreto, ya que podéis estar rodeado de gente que apoya a Tyrus. No podéis confiar en nadie.”
El emperador hizo caso de esta advertencia y permaneció en silencio. Instruyó a sus soldados que pusieran a Abbas en prisión, para así no levantar sospechas entre sus consejeros.
La Princesa abandonó la corte para unirse a Héctor en la habitación de la doncella. Se había enamorado de este joven y guapo campesino. Todo lo que deseaba era estar con él cada momento de su vida. Le dijo a Héctor lo que había sucedido y le advirtió que no hiciera nada para rescatar a Abbas. Le prometió cuidarle e informar a Héctor tan pronto como ella supiera las intenciones de su padre. En medio de la noche, dispuso que Héctor fuera escoltado fuera de los puertas del palacio. Héctor y Claudia estaban profundamente enamorados. ¡Todo esto había sucedido en un día!
Durante los siguientes días ella visitó a Héctor regularmente con la ayuda de una nodriza de confianza, Nadina, quien la había cuidado desde que era un bebé.
Claudia sabía que no podía vivir sin Héctor. Pero, ¿cómo podría ella contar esto a ninguna otra persona en palacio que no fuese Nadina?
Mientras tanto, el emperador Marcus tomó medidas para consolidar su poder, pero fue muy tarde. Tyrus llevó a cabo el ataque y lo destronó. Ahora, ¡Roma tenía un nuevo emperador, Tyrus!
El padre de Claudia fue asesinado y ella y su madre fueron hechas prisioneras. Todo lo que Héctor podía hacer ahora era tratar de enterarse, aunque era poco, de lo que estaba sucediendo en palacio. Claudia ya no le podía visitar. Abbas también permanecía en prisión. Los soldados de Roma estaban actuando muy duramente contra todos los ciudadanos. ¡Esta era una nueva era de tiranía!
Héctor practicaba diariamente sus habilidades marciales. Él sabía que algún día, muy pronto, debería hacer algo para rescatar a su amada Claudia y a su amigo y mentor, Abbas. Su corazón sufría también por su madre, mientras se preguntaba si ella estaba aún con vida.
Un día, Héctor supo de un anuncio en el que se comunicaba que el gran gladiador Lance, había pedido al emperador que le concediera en matrimonio a Claudia. Lance era uno de los guerreros favoritos de Tyrus, habiendo luchado diligentemente a su lado en cada batalla. Tyrus le concedió a Lance su deseo, y la noticia de su matrimonio se expandió como el fuego por el imperio Romano. Todos temían a Lance. Nunca había perdido una batalla ante nadie.
La noticia de la boda llenó el corazón de Héctor de ira. Más tarde, cuando se hubo calmado, recordó las palabras de su amigo Abbas: “Siempre debes evitar la ira, el odio, los celos, la venganza, y el temor, porque son ingredientes de la derrota.
Mantén la calma y piensa en todas las opciones, con inteligencia y cuidadosamente. Enfrenta cada batalla sin emoción, solo con precisión. De esta manera, nunca perderás.” Héctor se vistió de monje nuevamente y volvió a palacio. Del mismo modo que su amigo Abbas lo había hecho antes, entró en la corte de Tyrus como un religioso. Pidió permiso para hablar con el emperador, y éste se lo concedió. Tyrus era un hombre muy curioso y paranoico que siempre necesitaba saberlo todo.
Héctor se armó de coraje y dijo al emperador Tyrus: “Su majestad, he oído el anuncio del matrimonio de la princesa Claudia con el gladiador Lance. Le ruego que acepte mi objeción a esta boda, por medio de un desafío a Lance – un duelo en el Gran Coliseo. Y que el ganador del duelo obtenga la mano de la hermosa Claudia. Éste es mi ruego”
Al emperador Tyrus le hizo mucha gracia el monje que se atrevía a desafiar a su mejor guerrero. Manteniendo su código de honor, le respondió: “Se te concede tu deseo. Tu desafío está aceptado. Además, ¡te advierto que no vas a sobrevivir más de un minuto en tu lucha contra Lance!
Héctor calmadamente le dijo: “Su majestad, ¿Qué pasa si sobrevivo más de un minuto?”
El vanidoso Tyrus, riendo, le respondió: “¡Te voy a conceder cualquier cosa que desees! ¡Por supuesto, no permanecerás vivo para expresar tus deseos!”
Todos los que estaban en la corte se echaron a reír. Héctor permaneció calmado y en silencio. El emperador Tyrus fijó la hora para el duelo. ¡Estaba muy intrigado con todo lo que había visto y oído!
A la hora señalada, Héctor y Lance, aparecieron en el Gran Coliseo, ante el emperador Tyrus y la emperatriz Liana. La muchedumbre se quedó en silencio cuando el emperador se puso de pie para hablar.
Anunció a la gente de Roma: “Estamos aquí reunidos para presenciar el combate entre el Gran Lance un guerrero que ha traído fama y victoria a nuestras tierras, y Héctor, el hijo de un campesino que ha desafiado al Gran Lance, a este duelo. El premio de este combate es Claudia, la hija de Marcus, un hombre que era demasiado débil para gobernar Roma, con el poder y la dignidad que Roma demanda del mundo.”
Con una sonrisita de suficiencia, el emperador continuó: “Oh, sí. Algo más. Estuve de acuerdo en concederle a Héctor cualquier deseo si sobrevive a esta batalla por más de un minuto, siempre que, por supuesto, ¡él siga vivo para pedir ese deseo!
La muchedumbre rompió en carcajadas. El emperador miró a la emperatriz con una sonrisa.
Héctor dio un paso adelante y dijo: “Su majestad, ¿Me concede el permiso para dirigirme a usted y a mis conciudadanos romanos que se han congregado aquí?”
“¡Permiso concedido! Habla porque estas pueden ser tus últimas palabras,” contestó el emperador.
Héctor continuó: “Oh, Gran Emperador, y ciudadanos de Roma. Entablo este combate en nombre del amor y de la amistad. He amado a la princesa Claudia desde el primer momento que la vi. Ella significa todo para mí. También entablo este duelo por mi amigo Abbas, que está encarcelado. Este hombre es mi amigo, hermano, mentor, y todo para mí.
Si luchar con Lance aquí, hoy, es la única manera en que puedo ganar el amor de mi vida, y liberar a mi querido amigo, entonces acepto este combate con todo lo que poseo en mi corazón y en mi alma. En sus nombres ofrezco mi vida, y todo lo que es mío. No tengo nada contra mi adversario, el Gran Lance, sin embargo, este combate debe realizarse para ganar a mi amor y a mi amigo.”
Con estas palabras Héctor dio un paso atrás y sacó su espada. Iba a usar la de Abbas para luchar contra Lance.
El emperador, que pensaba que todo esto era muy divertido, mirando a Lance le dijo: “Ya que nuestro campesino ha tenido su oportunidad de hablar, ¿qué quieres decir en respuesta?”
El Gran Lance, dio un paso adelante, se inclinó ante el emperador y tomó la palabra: “Soy el Gran Lance, cuyo sólo nombre hace temblar a la gente. He luchado más guerras que las que vosotros podéis contar, y nunca, nadie se ha atrevido a desafiarme. Lo que quiero lo tomo. Estoy aquí para enseñaros a todos una lección: nunca jamás desafiéis al Gran Lance. Voy a dar muerte a este campesino ante vuestros propios ojos y voy a tomar a la mujer que quiero. Estas son las palabras de Lance para vosotros”
Con el orgullo y la arrogancia de miles de pavos reales, Lance retrocedió y sacó su espada.
El emperador proclamó: “¡El combate puede comenzar!”
Lance corrió a atacar a Héctor con toda su fuerza bruta. Héctor era un desconocido, ¡un simple campesino que él podía matar mientras dormía! Blandió su espada hacia Héctor con sobrada confianza. Héctor para esquivar el ataque dio un paso al lado. Recordaba las palabras de Abbas: “Lucha con inteligencia y estrategia.
No tengas emociones, sólo precisión. Usa las debilidades de tu enemigo en tu provecho. La arrogancia, el orgullo y la confianza desmedida, son las más grandes de las debilidades, que tú debes explotar y nunca sucumbir a ellas.”
Enseguida vino un fiero combate. Después de un minuto el emperador gritó: “¡Parad!”
Los gladiadores obedecieron. El emperador se dirigió a Héctor: “¡Has sobrevivido un minuto! Expresa tu deseo.”
Héctor respondió: “Su majestad, ruego que mi amigo Abbas sea liberado de la prisión y se le permita volver a su hogar.”
El emperador, riendo le contestó: “Tu deseo te será concedido si sobrevives este combate. Si este hombre es tu amigo y mentor, traigámosle aquí, para que vea como su discípulo es matado por el Gran Lance.”
La muchedumbre prorrumpió en una ovación. Unos pocos minutos más tarde, Abbas fue traído al Coliseo para que presenciara el combate. Héctor estaba encantado de ver a su amigo nuevamente. Abbas le sonrió tranquilamente, como diciendo, “No nos alegremos todavía, la batalla no ha terminado.”
Nuevamente Lance atacó a Héctor con su larga y fría espada. Héctor le esquivó elegantemente. Observó cuidadosamente los movimientos de Lance, como Abbas le había enseñado. Lance daba largas y amplias brazadas y nunca se molestaba en defenderse, ya que no esperaba que Héctor fuera capaz de golpearle.
Héctor recordó las palabras de Abbas: “Mantén la calma y mira profundamente a los ojos de tu enemigo. Mira dentro de su alma, y golpea con todas tus fuerzas cuando él exponga sus puntos débiles ante tí.”
Héctor siguió metódicamente este consejo y cuando sus penetrantes ojos se encontraron con los de Lance, hubo una breve pausa. Nadie, nunca, había mirado a Lance a los ojos y a su alma de esa manera.- En esa breve pausa, Héctor golpeó y clavó su espada justo en el expuesto pecho de Lance, causándole una herida mortal. Lance se desplomó en un charco de sangre. Sus ojos estaban llenos de dolor e incredulidad. Trató de moverse, pero no pudo. Héctor no volvió a atacarle, aunque las reglas del combate requerían que matara a su oponente. Héctor dejó caer su espada y se inclinó ante el emperador, quien se había puesto de pie, horrorizado. El Gran Lance había caído, pero aún no estaba muerto.
Héctor dando un paso adelante dijo: “Su majestad, ruego su permiso para perdonarle la vida a Lance, porque no tengo nada contra él.”
“Permiso concedido,” aseguró el emperador.
Héctor miró a Abbas, quien sonreía con aprobación. Él había grabado en Héctor las palabras de sabiduría de Abisinia: “La vida es un don precioso, si no puedes dar vida, entonces no tienes derecho a quitarla”
Sorprendentemente, éstas eran las mismas palabras que su madre, Ángela, le había repetido constantemente. Un día, mientras Héctor cortaba un árbol en la granja para divertirse, su madre le amonestó: “Quien no puede dar vida no tiene derecho a quitarla.”
El combate había terminado, el emperador liberó a Abbas, y permitió que Héctor se casara con el amor de su vida. Ofreció a Héctor el puesto de General, aunque Héctor no aprobaba las guerras y odiaba quitarle la vida a cualquier cosa.
Mientras Héctor consideraba rechazar la oferta, Abbas le aconsejó: “Acepta el puesto. Es tu oportunidad de mejorar las cosas. Muéstrales lo que has aprendido sobre la vida y la compasión. Cambia a otros por medio de tus pensamientos y ejemplos.
Unos pocos días más tarde, el emperador llamó a Héctor a su presencia, y le dijo: “Héctor, arriesgaste tu vida en ese duelo. ¿Valían, realmente, ese precio tu amigo y Claudia?”
Héctor sonrió y replicó: “Si hubiese habido una manera pacífica de liberar a mi amigo y a mi novia, habría elegido ese camino, y no habría entablado esa lucha. Sin embargo, ese era el único camino disponible para mí. Por lo tanto, no pensé en el precio que debía pagar. Solo pensé en el amor y la amistad que podía ganar. Con ese espíritu luché contra el gran Lance.”
El emperador mueve la cabeza y comenta: “Esto es verdaderamente increíble. Un gladiador se enfrenta en un duelo a causa de su orgullo, arrogancia e ira por haber sido retado por un oponente menos importante, y el otro la entabla para ganar amor y amistad. Hay mucho que aprender en el porqué las personas entran en las competencias. ¿Qué es realmente el éxito y qué es la derrota?”
Héctor contestó: “Aún si hubiese perdido mi vida en la lucha, hubiese sido un éxito para mí, porque mi motivo era conseguir amor y amistad. Éstos podría haberlos logrado en la vida o en la muerte.”
El emperador, que estaba atónito con lo que acababa de oír, preguntó: “Héctor, ¿dónde aprendiste a pensar así?”
Héctor le respondió: “Su Majestad, perdí a mi padre cuando sólo tenía ocho años. Mi madre me crió en una granja, y todo lo que yo quería era ser un buen campesino. Ella me enseñó sobre la vida que viene de las semillas que yo plantaba. Las semillas crecían hasta transformarse en plantas, las cuales, a su vez, daban frutos que cosechaba. Mi madre me enseñó a respetar la vida y la naturaleza. Aprendí a considerar a la gente de la misma manera que lo hacía con mis plantas, porque todos somos parte de la misma vida. Mi madre siempre decía, “En la vida no hay éxitos o fracasos, porque la vida es un viaje, no un destino.”
El emperador Tyrus, que era un gran guerrero, se sintió emocionado por las palabras de un simple campesino, e inquirió: “¿Dónde está la gran dama que crió a un niño tan especial?”
Con lágrimas en los ojos, Héctor, le relató al emperador la historia de su madre y cómo la había perdido en manos de Syphus. El emperador inmediatamente envió a sus soldados a apresar a Syphus y traerle a la corte para responder por sus acciones. Sólo un día antes al emperador Tyrus le hubiese tenido sin cuidado la usura, la explotación de los pobres y el abuso a las mujeres. Y he aquí que hoy, este hijo de campesinos le había tocado el alma.
Esa tarde, estando la corte en sesión, Syphus fue traído encadenado y temblando de miedo, ante el emperador y Héctor. Cayó arrodillado rogando perdón.
“¿Dónde está Ángela, la madre de Héctor?” quiso saber el emperador.
Con voz temblorosa, Syphus musitó: “Está muerta, su majestad. Murió hace muchos años, en mi casa.”
El emperador se puso de pie y gritó: “¡Tú eres no sólo un terrible cobarde, sino que también eres un asesino! ¡Vas a pagar esto con tu vida!”
Héctor estaba sobrecogido de dolor por la noticia de la muerte de su madre. Sabía que ella debía haber muerto de una manera dolorosa en manos de este terrible hombre.
Con lágrimas en sus ojos balbuceó: “Su Majestad, cuando este hombre se llevó a mi madre, permanecí despierto muchas noches pensando cómo podría vengarme por lo que había hecho. ¡Mi corazón y mi mente estaban llenos de odio, ira y sed por su sangre! Pero, al mirar las plantas en el campo, que daban su fruto cada estación, me di cuenta de que no es lo que mi madre hubiese deseado que yo sintiera o deseara. Siempre me enseñó que el odio y la venganza eran fuerzas destructivas que no deberían tener sitio en mi vida. Yo era un granjero, un jardinero, alguien que siembra las semillas y cuida la vida. Ella siempre me aconsejaba que yo debiera ser la vida misma. Su Majestad, ruego que perdone la vida de este hombre. A cambio de su vida, él debe devolver toda la tierra que extorsionó a los pobres campesinos. Debe devolver la vida y el sustento a todos esos pequeños “Héctores” que han sufrido por su culpa.”
El emperador le concedió el deseo y agregó: “Siempre pensé que la venganza era dulce. ¡Pero he aprendido de tí que la vida misma es aún más dulce!
Héctor sirvió al emperador durante el resto de su vida. Él y Claudia fueron bendecidos con encantadores hijos. Abbas regresó a Abisinia. Héctor y Abbas llegaron a ser los arquitectos de la paz entre las dos naciones.
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Podemos aprender muchas lecciones de la historia de Héctor. Hay numerosos ejemplos en ella de motivaciones positivas y negativas. Por ejemplo, algunas de las motivaciones negativas, incluyen la avaricia de Syphus, la cual le lleva a explotar a los pobres campesinos; su lujuria por Ángela que le impulsa a atormentar a su familia y llevársela lejos, hasta su muerte; el prejuicio del emperador Marcus hacia la gente de color; el ansia de poder de Tyrus que le lleva a destronar a Marcus; la vanidad y el desdén de Tyrus que lo induce a menospreciar a Héctor; la actitud arrogante y condescendiente de Lance que lo motiva a entrar en combate con el único propósito de demostrar que él era el mejor; etc.
Hay también numerosos ejemplos de motivaciones positivas, algunas de las cuales incluyen el deseo de Héctor de ser un buen granjero; el modo en que cuida a su familia; el calor y la generosidad que muestra hacia Abbas; la determinación de Abbas de cumplir con el mandato de su rey; la generosidad de la princesa hacia Abbas cuando le ayuda a cumplir su misión; el amor que existe entre Héctor y Claudia; el deseo de Abbas de entrenar a Héctor para que llegara a ser un guerrero que pudiera luchar y defenderse; el desafío de Héctor a Lance para liberar a Abbas y a Claudia; la compasión de Héctor al no matar a Lance; la aceptación del puesto de general de parte de Héctor, para así poder influir positivamente en otros con sus ideas; su amor y respeto por la vida; su habilidad para sobrepasar el deseo de venganza contra Syphus; el esfuerzo de Abbas y Héctor para establecer la paz entre Roma y Abisinia;
Las motivaciones positivas y negativas influyen todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes. Las motivaciones positivas tienen tendencia a reducir o eliminar los conflictos. Las motivaciones negativas nos llevan a desatar las energías negativas que pueden llevar a la destrucción y al dolor en nosotros mismos y en todos aquellos que nos rodean. Las motivaciones negativas exacerban los conflictos y esparcen infelicidad. Por lo tanto, deberíamos pensar en analizar y entender cuidadosamente nuestras motivaciones.
Cuando sentimos ira o frustración, necesitamos detenernos y mirar las motivaciones que llevaron a los acontecimientos que nos están causando esta ira y frustración. Si podemos identificar las motivaciones negativas, podremos tomar medidas para superarlas y reemplazarlas por motivaciones positivas. Es muy saludable hacerse las siguientes preguntas: “¿Por qué estoy haciendo esto?” ó “¿ Por qué siento de esta manera acerca de las cosas?” Con estas simples preguntas, estaremos en camino de obtener las respuestas.
Cuándo analicemos cuidadosamente el concepto de competencia, reconoceremos que toda nuestra vida está rodeada de competencia. Ésta puede ser saludable o puede ser muy destructiva, depende enteramente de la motivación por la cual entramos en la competencia. La motivación de Héctor fue amor y amistad. La motivación de Lance fue vanidad y arrogancia. Lance terminó pagando el precio por su actitud negativa. Podemos extrapolar la historia y los acontecimientos que rodeaban la vida de Héctor hacia nuestro diario vivir. Hoy podemos estar viviendo bajo diferentes circunstancias, pero nuestros sentimientos, actitudes y acciones aún están siendo empujados por motivaciones similares. Deberíamos ponernos en guardia contra las motivaciones que son movidas por ira, avaricia, odio, venganza, celos, orgullo, arrogancia y otros rasgos negativos. No deberíamos permitir que estos rasgos
existieran en nuestra mente y en nuestro ser, porque son fuentes de dolor y conflicto.
Por el contrario, deberíamos usar, dentro de nosotros mismos, características de amor, compasión, cuidado, perdón, generosidad, imparcialidad, respeto y otras cualidades similares. Estas cualidades traen consigo sentimientos positivos, los cuales reducen, y algunas veces eliminan, los conflictos.
Ángela le enseñó a su hijo Héctor una lección muy importante. “La vida no es una competición entre éxito y fracaso. La vida es experiencia. La vida es digna del mayor de los respetos.” Si pensamos sobre las actitudes y sentimientos desde esa perspectiva, seremos capaces de ver nuestros desafíos y circunstancias más objetivamente. Entonces seremos capaces de abordar la vida desde una posición de claridad, fuerza y paz. Seremos capaces de lograr un saludable sentido de neutralidad dentro de nosotros mismos. Esto nos llevará un paso más cerca de la eliminación de conflictos.
Para practicar la identificación de motivaciones positivas y negativas, sugiero que se vuelva a leer la historia de Héctor y Lance una vez más y se haga una lista de todas las motivaciones positivas y de todas las motivaciones negativas que se puedan encontrar. Se debe tomar nota de los sentimientos que surjan con cada una de las motivaciones de la historia. Entonces, es conveniente reflexionar sobre el mayor éxito y el mayor fracaso de nuestra vida y tratar de identificar las motivaciones que subyacían detrás de los eventos que nos llevaron a estas intensas experiencias. El proceso de identificación y entendimiento de las motivaciones es una importante herramienta para evaluar las fundamentales fuerzas directrices detrás de todas nuestras acciones diarias.
Simientes para los Propósitos
- Contemplemos e interioricemos las siguientes simientes de energía:
“ESPERO QUE MIS MOTIVACIONES SEAN POSITIVAS Y PURAS… ”
- Estas palabras poseen una energía que va a impregnar todos nuestros pensamientos y acciones. Van a añadir pureza y propósito a todo lo que hacemos.
- Al final de cada día, deberíamos reflexionar sobre una de las cosas, acontecimiento o experiencia que nos aportó mayor felicidad durante el día. Deberíamos identificar las motivaciones que nos condujeron a esa experiencia.
- Entonces, deberíamos reflexionar sobre una cosa, acontecimiento o experiencia que nos causó la mayor frustración, dolor o desilusión. Una vez más, deberíamos identificar las motivaciones que nos condujeron a esa experiencia.
- Cuando experimentamos conflictos durante el día, deberíamos hacernos preguntas tales como:
¿Cuáles son las motivaciones detrás de este conflicto?
¿Por qué estoy enfrentando esta situación?
¿Qué puedo hacer para cambiar las cosas?
¿Necesito en realidad estar en esta situación?
- Cuándo somos conscientes de nuestras motivaciones y de las motivaciones de otros, estaremos en mejor posición para construir relaciones exitosas, lograr nuestros objetivos en la vida, y encontrar paz y felicidad. Este es el camino hacia una Vida sin Conflictos.